TRES PUERTAS, TRES FORMAS DE REINVENTAR EL HABITAR - PARTE II
La puerta de tres ámbitos en el 11, Rue Larrey, de Marcel Duchamp
Pese a ser el inventor del término y,
en consecuencia, de la acción creativa que éste representa, Marcel Duchamp
nunca llegó a encontrar una definición adecuada para el concepto de Ready-made; o, al menos, no una lo
suficientemente completa y exacta. Habitualmente, se suele utilizar como
aproximación más cercana a la idea que el francés quería expresar, el enunciado
que André Breton expuso en “Faro de la
Novia” al referirse a los Ready-mades
como “[…] objetos manufacturados
promovidos a la dignidad de objetos de arte por la elección del artista [1]”.
Por lo tanto, atendiendo a la cita, pareciera
que dos son las características esenciales de este tipo de intervenciones. Por
un lado, el objeto, como su propio nombre indica, debe tratarse de un producto
ya fabricado; o, mejor dicho, debe ser una pieza previamente fabricada y
producida por otros, no por el artista en cuestión. El segundo rasgo consistirá
en que dicha pieza ha de encontrarse fuera de contexto; esta desubicación,
además, no puede limitarse, simplemente, a la instalación del objeto en un
nuevo entorno en el que éste resultará extraño y, por tanto, se convertirá en
foco de atención del espectador, no. La descontextualización debe llevar
aparejada, además, una trasgresión a la naturaleza intrínseca del elemento. Una
perversión a su esencia que lo configure en algo nuevo y distinto y, por lo
tanto, digno de contemplación. En una obra única, pese a ser el objeto
primitivo que la genera idéntico a una infinidad de réplicas homólogas a él que,
además, pueden haberse generado, en serie, mediante procesos industriales [2].
Probablemente, la definición de
Breton, sin embargo, nos resulte aún incompleta. Si analizamos cada uno de los
distintos Ready-mades que Duchamp
creó en vida, encontramos, en todos ellos, un tercer rasgo que parece aunarlos
y, en última instancia, ser esencial en el momento de su gestación: el hecho de
estar empapados de una importante carga de contenido irónico [3].
A este respecto, parece necesario
destacar que la imagen que se tiene del autor francés, debido a su repercusión
y trascendencia en el arte contemporáneo, está rodeada de un aura de seriedad
que, en opinión de José Jiménez, se convierte en un impedimento a la hora de
entender, realmente, su producción.
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[Imagen 01] – Marcel Duchamp caracterizado como su alter ego femenino Rrose Sélavy. |
“[…] El mayor lastre en las interpretaciones de Marcel Duchamp suele ser la carga de solemnidad, de gravedad, con la que tantas veces se presenta su figura y su obra. […] Cuando las auténticas claves para llegar a él son la sencillez, la jovialidad y la afirmación de la vida [4]”.
De hecho, al recorrer, la difusa
línea en la que se confunde la vida íntima de Duchamp con su trayectoria
profesional, encontramos que, incluso en la que fuera su creación más personal
y atrevida, su alter-ego femenino Rrose
Sélavy [5], el humor, la ironía y los
juegos de palabras están presentes en todo momento [6].
Teniendo en cuenta su peculiar manera
de entender vida y Arte, se adivina, al momento, que, probablemente, cuando, en
1927, decide mudarse a un apartamento parisino ubicado en el 11 de la Rue Larrey y descubre las reducidas
dimensiones de éste, más que un trance de decaimiento o desolación, Duchamp
debió vivirlo como una oportunidad única en la que desarrollar, de forma
práctica, una nueva intervención artística –en este caso siendo, también, una
obra plenamente funcional–, que aglutinase las ideas e inquietudes caracterizaban
su hacer.
Como ocurre con frecuencia con las
personas entregadas a la labor artística, el apartamento de la Rue Larrey, además de convertirse en la
vivienda de Duchamp entre los años 1927 y 1942, fue, también, durante ese
periodo de tiempo, el estudio en el que desarrolló su trabajo. Se deduce del
carácter dual de esta propiedad la necesidad –o, mejor dicho, la incapacidad–
de Duchamp de distinguir entre vida y arte [7].
Con la idea del Ready-made gravitando constantemente en la imaginación del polifacético
creador y, habida cuenta de su concepción de la vida como un canto a la fantasía
y lo posible, Duchamp diseñará una puerta que, a día de hoy, ha trascendido su
sentido meramente funcional para convertirse en algo de mucho mayor calado.
Inicialmente, la problemática a
resolver se limitaba a reducir al máximo el número de elementos de transición
en una planta en que baño, estudio y dormitorio confluían en esquina. La respuesta
generada por el francés no puede ser más intuitiva y, a la vez, revolucionaria,
pues solventa el conflicto mediante la disposición de una puerta de hoja única en
ángulo, pero que, alternativamente, serviría de cierre a dos vanos distintos,
ya que “[…] comunicaba el estudio y el
dormitorio y el estudio y el baño, de manera que, al abrir una estancia,
simultáneamente, cerraba otra y viceversa: al abrir la puerta para entrar en la
habitación, la puerta cerraba el baño y, cuando se entraba en el cuarto de
baño, la puerta cerraba el estudio [8]”.
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[Imagen 02] – Puerta 11, Rue Larrey en el apartamento parisino de Marcel Duchamp. |
Pudiera parecer, pues, que se trataba
de una solución meramente pragmática y de economía de medios ante una
circunstancia organizativamente compleja en lo referente a la distribución en
planta de un apartamento de superficie reducida. De hecho, el propio Duchamp se
lamentará, en ocasiones, de la necesidad, por parte de su círculo de amistades
más cercano, de buscar mayores lecturas ocultas en la Puerta 11, Rue Larrey: “[…]
se la mostré a mis amigos y comentaron que la expresión “una puerta debe estar
abierta o cerrada” había caído en flagrante delito por su inexactitud. Pero la
gente ha olvidado la razón práctica que dictaba la necesidad de esta medida y
ven esta solución como una provocación Dadá [9]”.
Más allá de las argumentaciones de su
creador en favor de una lectura simplemente práctica del objeto, resulta
inevitable no encontrar en la obra una serie rasgos que, una vez analizados y
puestos en conjunto, la configuran como una creación con varios niveles de
complejidad y, a la postre, la terminarán categorizando como uno más de sus Ready-mades.
Por un lado, “[…] Marcel Duchamp encargó a un carpintero la construcción de dicha
puerta, a partir de sus indicaciones [10]”.
Por tanto, pese a que el diseño responde a las directrices de Duchamp, la
factura manual de éste fue llevada a cabo por un tercero, cumpliéndose, de este
modo, uno de los primeros requisitos que todo Ready-made debe satisfacer: ser un objeto previamente producido por
una persona distinta del artista, siendo la función de este último reubicarlo
en un entorno nuevo para, así, transformarlo en objeto digno de atención
creativa.
Además, y tal y como José Jiménez [11] identifica como rasgo
propio de toda creación de Duchamp, se trata de una hoja convencional [12], sin ningún tipo de
alarde constructivo o de diseño.
Es cierto que, en este caso, la
deslocalización del objeto primigenio a una nueva ubicación en la que resultará
ajeno y, por tanto, excepcional, no se da. Pero, si profundizamos en la
pretensión original de Duchamp al realizar esta traslación, descubriremos que
sus intenciones tenían que ver con la necesidad de subvertir la naturaleza de
los elementos compositivos. De despojarlos de su esencia, de su sentido de ser,
para convertirlos en algo radicalmente distinto. En una idea nueva y
transgresora que, en definitiva, sería la verdadera obra del artista.
En este sentido, no cabe duda de que
la Puerta 11, Rue Larrey por su
ubicación y uso, ha pasado a convertirse en algo más que una mera carpintería
interior al materializarse en una suerte de oxímoron construido que niega la
posibilidad de que un elemento tan sencillo y mundano como una hoja de paso, completando
el propósito para el que fue diseñado, a la vez, no consiga satisfacerlo
plenamente. Al ser una puerta que, a un tiempo, estará abierta y cerrada en dos
localizaciones distintas, se genera una situación nueva y desconcertante, en la
que el elemento practicable está condenado a, eternamente, cumplir y fracasar
en su objetivo.
Resulta sencillo encontrar la ironía
a la previamente nos referíamos en esta situación. La paradoja de un objeto que,
por tener éxito en su labor, está, permanentemente, abocado a la más absoluta
de las derrotas [13].
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[Diagrama 01] – Relaciones establecidas entre las estancias del apartamento de Duchamp en el 11, Rue Larrey. |
Además, dada la distribución de las
tres estancias –baño y dormitorio en los extremos articulados por la pieza
central del estudio–, parece evidente que la disyuntiva que se plantea tiene
que ver con una elección que se aproxima a la naturaleza propia de la vida de
Duchamp. Por un lado, el baño, esencia de lo fisiológico, de lo mundano,
terrenal y prosaico. En el extremo opuesto, el dormitorio, estancia dominada
por el mundo de los sueños, por lo elevado, onírico e inalcanzable. Y, como
charnela, pivote y unión de ambos mundos, el estudio del artista, el lugar en
que vida y abstracción se combinan y materializan –gracias a la acción pausada
de un talento creativo– en una obra abierta a la sociedad, que será entendible
por el gran público al que va dirigida.
Pese a ser una solución, en
apariencia, más elemental que la comentada previamente –la diseñada por
Mélnikov para la planta baja de su casa en Moscú–, quizá ésta, en parte
precisamente por su sencillez, en parte por su rotundidad, resulte más
contundente e impactante. Mientras que el ejemplo ruso se ubica en una zona de
paso donde puede combinarse alternativamente con distintas hojas haciendo que
su protagonismo quede mermado, la obra de Duchamp se convierte en el eje en
torno al que gira todo el apartamento. Su aplastante solemnidad y la obligación
que plantea a quien la enfrenta –elegir entre dos vanos, izquierdo y derecho,
que, en apariencia, no se diferencian el uno del otro y, por tanto, no ofrecen
ninguna pista sobre el tipo de estancia que esconden tras de sí– la dotan de un
marcado cariz enigmático, de un desconcertante misticismo que hace sentir al
usuario que se encuentra frente a un elemento que ha sobrepasado lo elemental
para plantear elecciones más trascendentales y difíciles.
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[Imagen 03] – Puerta 11, Rue Larrey convertida en objeto de museo. |
Al pasar los años, la puerta “[…] se quitó de la calle Larrey para
convertirse en una pieza de museo: Puerta 11, Rue Larrey. La museización eliminó su característica principal,
su función. […] En su forma representada, depende de la narrativa para
completar su significado [14]”. De esta manera,
al convertirse en objeto de culto y desarraigarse de su emplazamiento original,
se cierra, aún más, el círculo en torno a su naturaleza artística, desprendida
ya de toda la carga funcional y práctica que la había gestado.
Como cualquier objeto producido por
el creador francés, se ha replicado en infinidad de ocasiones y ha sido
utilizado como referente para encuentros artísticos y exposiciones. Sirvan, a
modo de cierre y ejemplo, dos casos producidos en nuestro país. Por un lado, la
exposición comisariada por Montse Badía y llevada a cabo en Madrid, al amparo
de la Fundación Telefónica, entre los
días 21 de enero y 29 de febrero de 2004, Revolving
Doors, en la que una serie de artistas de diversa procedencia, inspirados
por la Puerta 11, Rue Larrey, fueron
invitados a reflexionar sobre lo público
y lo privado. Por otro lado, el
proyecto teórico de la Casa para una
Intersección de Juan Navarro Baldeweg, cuya puerta de acceso es un claro
homenaje a la producida por Duchamp [15].
[1] JIMÉNEZ, José. "El ojo espectador, introducción a
la edición en español", en “Escritos”,
ed. José Jiménez (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2012).
[2] Algunos de los Ready-mades
más conocidos giran en torno a piezas que el propio Duchamp compró o mandó
comprar en tiendas de barrio o grandes almacenes. Sirvan como ejemplo Rueda de bicicleta sobre un taburete,
Phramacie, Portabotellas o In Advance of the Broken Arm.
[3] Parece conveniente recordar, aquí, que un joven Marcel
Duchamp, en sus inicios, “[…] comenzó a
colaborar como ilustrador gráfico en publicaciones satíricas, gracias al apoyo
de su hermano mayor Jacques.” JIMÉNEZ, José. "El ojo espectador,
introducción a la edición en español".
[4] JIMÉNEZ, José. "El ojo espectador, introducción a
la edición en español".
[5] “[…] He querido
[…] cambiar de identidad y lo primero que se me ha ocurrido es adoptar un
nombre judío. ¡Yo era católico y ya era un cambio eso de pasar de una religión
a otra! No encontré un nombre judío que me gustara o tentara, y, de golpe, tuve
una idea: ¡por qué no cambiar de sexo! De ahí vino, entonces, el nombre Rrose
Sélavy”. CABANNE, Pierre. “Conversaciones
con Marcel Duchamp” (Barcelona: Anagrama, 1972).
[6] “[…] En 1920 […]
eligió el nombre de Rose Sélavy. […] La ‘R’ inicial se desdoblaría al año
siguiente para hacer más patente, al arrastrar las letras, una homofonía, un
procedimiento sumamente habitual en Marcel Duchamp, que, en este caso, arroja
una importante luz sobre su toda su trayectoria: Rrose Sélavy, que suena como
‘Eros, c’est la vie’, es decir, ‘la vida es Eros’”. JIMÉNEZ, José. "El
ojo espectador, introducción a la edición en español".
[7] “[…] Casa y
estudio confundidos. Compartir el espacio donde se vive y donde se trabaja,
quizá la primera condición para confundir vida y arte”. ESPINOSA MARTÍN,
Juan Antonio. "Espacio y transición en el límite de la casa". Revista de Historia y Teoría de la
Arquitectura, n.º 10-11 (2010): 133–69.
[8] BADÍA, Montse. "Revolving Doors", en “Revolving Doors” (Madrid: Fundación
Telefónica, 2004).
[9] NAEGELE, DANIEL. "La puertas y ventanas de
Duchamp: Fresh Widow, Bagarre d'Austerlitz, Puerta: 11 Rue Larrey, la puerta
Gradiva, Etant Donnés".
[10] BADÍA, Montse. "Revolving Doors".
[11] Ver nota 4.
[12] “[…] es una
puerta convencional de madera de 60 centímetros de ancho y 2.1 metros de alto.”
NAEGELE, DANIEL. "La puertas y ventanas de Duchamp: Fresh Widow, Bagarre
d'Austerlitz, Puerta: 11 Rue Larrey, la puerta Gradiva, Etant Donnés".
[13] “[…] constituye
una tan curiosa como explícita materialización de esta ausencia de
pronunciamiento: por encontrarse instalada en ángulo, permite cerrar una apertura
dejando otra abierta, pudiendo gracias a la particularidad de poder encontrarse
simultáneamente abierta y cerrada, desarticular las habituales incompatibilidades físicas y espaciales así
como el principio de contradicción y la ley de exclusión que le es inherente.
[…] Podrá sernos útil para arrojar nueva luz sobre el sentido de un juego
indeciso, que resulta de la imposibilidad de aunar dos hechos contrapuestos en
una unidad semántica estable”. SÁNCHEZ SAMPEDRO, Amaya. "Infraleve. De la experiencia al registro.
Desplazamiento, umbral e imperceptibilidad en el Arte Occidental
(1960.2010)". Tesis Doctoral, Universidad del País Vasco - Euskal
Herriko Unibertsitatea, 2016.
[14] NAEGELE, DANIEL. "La puertas y ventanas de
Duchamp: Fresh Widow, Bagarre d'Austerlitz, Puerta: 11 Rue Larrey, la puerta
Gradiva, Etant Donnés".
[15] “[…] Empleada
aquí por su carácter ambivalente, para reflejar la ironía duchampiana de una
puerta que se ríe de sí misma y de su función de cierre al permanecer siempre
abierta”. LORENZO CUEVA, Covadonga. "Casa para una intersección: los
dibujos de Juan Navarro Baldeweg para el Schinkenchiku Residential Design
Competition (1976)". En 14 Congreso
Internacional de Expresión Gráfica Arquitectónica, 533–36. Valladolid:
Universidad de Valladolid, 2012.
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