FELICES COINCIDENCIAS

 

A veces, cuando uno está enfrascado en un trabajo concreto, termina por descubrir, de forma transversal, una serie de hechos o acontecimientos a los que no había prestado atención hasta ese momento y que, sin embargo, pasan a ser, en adelante, algo obsesivo.

Hay quien llama a estas situaciones serendipias.

Yo prefiero considerarlas meras consecuencias.

Imagen elegida por Íñigo García Odiaga para ilustrar su ponencia.

Asumir que no son más que el resultado final de focalizar la atención en una determinada dirección que nos hace estar especialmente sensibles o atentos a distintos inputs que tienen que ver con nuestro campo de estudio y acción.

En este sentido, en las últimas semanas he sido consciente de varias de estas coincidencias.

Recientemente se ha fallado el premio Pritzker. Huelga decir, salvo para quien sea ajeno a la materia, que se trata del reconocimiento de más renombre en el campo de la Arquitectura. Que sea o no el galardón de mayor prestigio es otro cantar. Personalmente, creo que no. Que, como los Oscar, se trata de una condecoración que tiene demasiado de pompa, de flashes y de lujo y que carece, con frecuencia, de verdad y arte. Sin embargo, parece, o esa impresión me da a mí, que los organizadores, poco a poco, se han ido dando cuenta de este hecho y han tomado consciencia de que los premiados en años anteriores formaban parte de una élite arquitectónica y artística que vivía alejada de la realidad de una sociedad obligada a subsistir en un estado de continuo cambio y que, año tras año, parece tener que poner en cuestión los principios que la sostienen.

Y que, además, se ve vapuleada, día sí y día también, por tragedias y acontecimientos de diversa índole que le impiden identificarse con la burbuja de la ensoñación del artista que, elevado y abstraído, plantea –renders y maquetas mediante– la construcción de un futuro que, a todas luces, hoy por hoy, resulta del todo irrealizable.

Si el Pritzker es el Oscar de la Arquitectura, como en éste, en los últimos tiempos, los premiados han dejado de ser magos ilusionistas creadores de utopías –caras, exageradas e innecesarias, en su mayoría– para pasar a ser estudios más pequeños, desconocidos o que centran su trabajo no en los clientes que tienen el dinero por castigo, sino en realidades sociales más delicadas, vulnerables o, simplemente, mayoritarias.

Todo apunta a que la brújula del jurado ha virado el norte y que los reconocidos en los últimos años son arquitectos que trabajan para la mayoría –ésa que vive de manera justa y sin dispendios– en lugar de ser estudios marca dispuestos a venderse ante la excepción que hace de la opulencia y el derroche su rutina.

Lycée Schorge, obra de Diébédo Francis Kéré. Imagen de Iwan Baan.

El más reciente premiado ha resultado ser Diébédo Francis Kéré, arquitecto burkinés de origen humilde –aunque decir esto, tratándose de Burkina Faso el país natal, resulte en redundancia–, que se ha hecho a sí mismo y que, sobre todo, parece no haber olvidado sus orígenes. Es más, diríase que ha hecho de ellos y de su conversión y traducción al lenguaje arquitectónico de los nuevos tiempos su sello y forma de trabajo.

Tuve la fortuna, en semanas pre-pandémicas, de asistir a una ponencia suya en la Escuela de Granada. Me llamó mucho la atención cómo, insistentemente, repetía que los diseñadores granadinos debíamos hacer de la Alhambra nuestra constante fuente de inspiración. Le extrañaba, y muy apasionadamente nos lo hacía saber, que el monumento islámico no fuera la referencia a la que constantemente recurriéramos cuando se nos plantease una dificultad o las musas se nos fueran de paseo un rato.

Nos reprendía. Con una amplia sonrisa, sí, pero nos reprendía. Y muy bien que hacía.

Hace unas cuantas semanas –permítaseme hacer un salto temporal importante–, dentro del marco de la asignatura MiradasCruzadas, que curso como requisito para el proceso doctoral en el que me he embarcado este año, impartió una ponencia Íñigo García Odiaga, miembro del prestigioso estudio VAUMM arquitectos. Entre las muchas cosas interesantes que relató, despertaron mi interés, sobre todo, dos. Por un lado, desgranó lo enriquecedor que resulta el trabajo en un estudio que podría considerarse policéfalo, pues está integrado por un cuantioso número de socios entre los que existe una relación de iguales, no estando ninguno de ellos por encima del resto, ni detentando mayor autoridad uno u otro integrante. Esto, para alguien como yo, que tiene la ambición de soledad por condena, me resultó extrañísimo, pues me parece una dinámica de trabajo muy difícil de gestionar y, por ello, muy digna de elogio.

Estoy convencido de que de estas interacciones surgirán ideas más ricas que las que se podrían haber producido de manera aislada y que, desde luego, el proceso no estará exento de dolores de cabeza y discrepancias.

Por otro lado, me sorprendió, y mucho, la constante referencia que Íñigo hacía sobre la necesidad de estudiar proyectos y trayectorias por otros ya recorridas. Obras de arquitectura verificadas por el uso y el paso del tiempo. Que se mantienen como materializaciones construidas de alternativas posibles y recuperables para nuestros tiempos. Y no me refiero, exclusivamente, a las construcciones de los arquitectos que a todos se nos vienen a la cabeza si pensamos en el Movimiento Moderno y las derivaciones que de él surgieron, no. Prefiero poner el acento, como lo hiciera el propio ponente, en esas realizaciones locales, muchas veces anónimas, que han sido ratificadas por la repetición, por la mejora leve que se produce, de generación en generación, para terminar por construir, a la postre, un tipo. Un tipo, como puede ser la casa rural tradicional vasca, que encierra, para aquél que quiera prestar la suficiente atención, lecciones trasladables a la más contemporánea de las Arquitecturas.  

Basque Culinary Center, obra de VAUMM Arquitectura. Imagen de Fernando Guerra FG+SG Fotografía.

Este caso, el de la vivienda tradicional vasca, en la que se aprovecha el desnivel del terreno para generar una sucesión de accesos en diferentes alturas en los que segregar los múltiples usos que este espacio doméstico debe tener [vivienda propiamente dicha, taller, granero…] es reciclado y adaptado por el estudio VAUMM en uno de sus proyectos más icónicos, el Basque Culinary Center, cuyo uso de la accidentada topografía es, simplemente, magistral.

Debido a un artículo que estoy en proceso de escribir –relativo al diseño de puertas de una única hoja que pueden barrer dos o tres ámbitos–, rescaté el libro ‘La Casa. Historia de una Idea’ del impronunciable para mí Witold Rybczynski. En concreto, me detuve en su capítulo 7, el relativo a la Eficiencia. En él, además de desgranar la mejora que supuso para los habitantes de las casas el que éstas comenzasen a incorporar elementos que hoy consideramos indispensables –la electricidad dentro de la vivienda y, con ella, electrodomésticos como la aspiradora o la plancha; la calefacción en sustitución de las chimeneas…–, el autor hace mención al libro que Catherine y Harriet Beecher co-escribieron en el año 1869. En ‘La Casa de la Mujer Americana’, ambas hermanas defienden la polémica idea de que vivir en un espacio amplio no es, en absoluto, sinónimo de confort, sino, más bien, todo lo contrario. Y que, por tanto, las viviendas reducidas son, indudablemente, más confortables.

“[…] [en una vivienda amplia] las mesas, los manteles y los utensilios de cocina, el fregadero y el comedor están tan lejos que la mitad del tiempo y de la fuerza se destinan a ir y volver de unos sitios a otros para recoger y volver a poner en su sitio los artículos utilizados”, afirman. Huelga decir que, tal aseveración, para alguien como yo, que vive en un apartamento de apenas 50m2, se recibe como el más revelador de los credos.

Libro ‘La Casa. Historia de una Idea’, de Witold Rybczynski.

Y, una vez más, la serendipia. O, mejor dicho, la consecuencia.

A la semana de visitarnos Íñigo García Odiaga, acudieron a la Escuela los integrantes de ENORME Studio, RocíoPina Isla y Carmelo Rodríguez. Y como la cosa va de hablar de coincidencias, la casualidad feliz apareció en el momento en que comenzaron a detallar los proyectos de vivienda mínima dotados de elementos móviles que, en su desplazamiento, son capaces de generar espacios no sólo polifuncionales sino, físicamente variables, mutables y perfectamente habitables.

Personalmente, me quedé prendado de las posibilidades que el concepto BEYOME abre en la planificación de viviendas reducidas. Sobre todo, porque la idea, al materializarse, no lo hace de forma aburrida, sistemática o falta de la humanidad necesaria en toda vivienda y que, con frecuencia, en este tipo de invenciones se pierde por el camino. No, más al contrario, tanto los proyectos planteados mediante muros rotatorios, como los que se basan en tabiques deslizables gozan del confort y la atmósfera de la más hogareña de las viviendas contemporáneas.

EIP House, obra de ENORME Studio.

Mirando con perspectiva estos días en los que el trasiego de las obligaciones me ha impedido sentarme a pensar y escribir con la frecuencia que me hubiera gustado, llego a la conclusión de que es innegable reconocer que, en la Arquitectura contemporánea, estamos viviendo tiempos de cambio. Los jóvenes estudios que comienzan a tener relevancia –no sólo nacional sino que, sobre todo, están labrándose un camino más allá de nuestras fronteras– parecen haber llegado a la feliz conclusión de que las preocupaciones de los habitantes de las casas que proyectamos responden a necesidades que se revisten de nuevas formas pero que, en esencia, no difieren mucho de las que inquietaban a nuestros antepasados. Y que, por ello, una mirada atenta –cruzada, de hecho– a las realizaciones que las generaciones que nos preceden han llevado acabo, nos permitirá llegar a conclusiones y soluciones perfectamente adaptables a los nuevos tiempos. Soluciones que, además, podrán mejorarse con el uso de las tecnologías que hoy tenemos a nuestro alcance y que podrán generar obras que conectarán de forma natural con la sociedad, versada o no en Arquitectura.

Y que, como las de Kéré, podrán premiadas, para bien o para mal, bajo la pompa y el boato del más llamativo de los galardones.

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