LEGADO

No siempre soy consciente de qué es lo que me ha llevado a comenzar una actividad, una tarea o una afición. A veces, de repente, sin tener muy claro qué es lo que ha motivado que me embarque en algo nuevo, simplemente, me doy cuenta de que ya forma parte indisoluble de mi vida.

O de mi forma de proceder. O de hablar. O de actuar.

Supongo que soy una persona muy permeable a los estímulos y pasiones ajenas y que éstas, al final, de alguna manera, acaban por pasar a ser propias.

Pero, como también soy un hombre que no para de darle vueltas a prácticamente todo, que rumia constantemente el qué y el porqué de su día a día, antes o después, siempre termino por intentar rastrear el origen de todo aquello a lo que, con mayor o menor fortuna, dedico tiempo e ilusiones.

La lectura, posiblemente, sea una herencia familiar. Bueno, materna, en realidad. Mi madre era una lectora muy ávida. Y versátil. Y digo era, no porque haya fallecido, sino porque, con el tiempo, ha relegado un poco el hábito. Hace años, sin embargo, era habitual que cada semana entrase, al menos, un libro nuevo en casa. Aunque aún no se hubiera, siquiera, desenvuelto y quitado el film protector del de la pasada. Las colecciones que se gestaban a golpe de periódico forman parte de mis recuerdos de infancia tanto como también lo hacen las estanterías llenas de libros, todos con similares cubiertas y sobrecubiertas, que se acumulaban, ordenados, hasta casi desbordar las repisas.

Mirar hoy día los rincones de mi pequeña casa es hacer una retrospectiva de casi treinta años y darse cuenta de que, con frecuencia, las imágenes que uno memoriza de crío termina por reproducirlas en la edad adulta. Así, los radiadores de mi apartamento son improvisadas baldas en que descansan libros de todo tipo e índole y, a no mucho tardar, tengo claro que habré de hacerme con un trastero en que almacenar algunos de los volúmenes que ya haya leído. 

Reforma de las plantas baja y sótano de la Escuela de Arquitectura de Málaga, obra de Ferrán Ventura Blach. Imagen de Fernando Alda.

Del mismo modo, sé que hoy día practico de forma rutinaria algunos deportes a los que me atreví a introducirme sólo porque estaba acompañado de un buen amigo o de una pareja hoy convertida en cicatriz.

La Arquitectura, ese virus del que no hay cura conocida ni posible, me vino por parte de padre. Siempre digo lo mismo, vivir rodeado de planos, tener que apartar casco y herramientas en el maletero del coche para meter las sillas y la mesa de la playa en verano o que algunas de las excursiones familiares de los sábados tuvieran como destino la última obra en que mi padre era encargado de estructuras, sin duda, fueron los estímulos indudables que me llevaron a elegir esta titulación como la única posible.

La incuestionable.

La inevitable.

A escribir empecé pronto, pero, como tantas cosas que he iniciado en la vida, lo dejé, también, pronto. No por nada en concreto. Mera falta de tiempo, supongo. Y, quizá, algo de frustración nacida del exceso de ambición.

Así, inicié una primera novela que abandoné nada más entrar en la Universidad. Mucho que dibujar, poco que contar.

Pasaron los años y no volví redactar nada elaborado hasta que una causa mayor me impulsó a hacerlo.

Para desgracia propia y de cualquiera con un mínimo de sensibilidad creativa, Antonio Jiménez Torrecillas, el que fuera profesor de muchos en la Escuela de Granada, falleció prematura y súbitamente. Una persona como él, tan dotada de talento y carisma, dejó una profunda huella, no sólo en los que fuimos alumnos y discípulos, sino en toda la ETSAG como ecosistema social.

Portada de la revista Engawa 20, dedicado a la figura de Antonio Jiménez Torrecillas. 

Inmediatamente, surgieron propuestas que promovían glosar y recordar su figura y que animaban, al que así lo quisiera, a participar en ellas mediante la redacción de pequeños textos. Engawa, revista de Arte y Arquitectura editada por la Escuela de Barcelona, fue una de estas organizaciones que promovió este tipo de textos.

Por supuesto, fue justo para esta publicación para la que me senté a escribir después de muchos años.

Un texto torpe e inocente, seguramente, pero que me hizo reencontrarme con algo que, desde entonces y desde antes, de hecho ha formado y formará parte de mi día a día.

Podría decirse que, sin darse cuenta ni ser consciente, pues el bueno de Antonio ya había fallecido, el que fuera mi profesor de Proyectos I fue el instigador necesario para que retomase una actividad que me hace sentir realizado como ninguna otra.

Esta idea, incesante, reveladora y, para mí, casi epifánica, me asaltó durante la ponencia de Ferrán Ventura Blanch del pasado viernes 18 de Marzo. Porque, en todo momento, tuve la impresión de que, en cualquier actividad que emprende este arquitecto, editor y profesor, hay una vocación importante de ser aliento de agitación cultural y pedagógica.

De servir de arma de inspiración.

Y es curioso, porque esta actitud, que debería ser la nota común entre los colegas de oficio, en determinados segmentos, ha pasado a ser una excepción.

Fantástica y maravillosa, pero excepción, a fin de cuentas.

El arquitecto es, o, al menos, debería ser, un inconformista vocacional. Alguien que recorriera ciudades con mirada atenta, localizando sus aciertos, pero, más aún, sus elementos susceptibles de mejora. Porque, si algo pretende aquél que se dedique al diseño de edificios es, con su labor y obra construida, mejorar la parcela del mundo en que se interviene y, con ello, la vida de las personas que de ésta hagan uso.

Sin embargo, como digo, esta determinación propositiva y generosa, no siempre es la brújula que mueve el pulso de los que se sientan en un tablero de dibujo o frente a un ordenador para utilizar un programa de Diseño Asistido. 

Portada de ‘LaViga en el Ojo’, de Fredy Massad.

 

 

Quizá sea Fredy Massad el que de forma más descarnada, cruda y explícita lo verbalice. En su libro ‘LaViga en el Ojo’ –texto en el que se glosan algunas de las entradas que ha realizado en los últimos años en su blog–, incide insistentemente en la idea de que el Star System ha sido una especie de mal necesario para la Arquitectura contemporánea. Un mal que, si bien ha lanzado esta actividad hacia un primer plano indudable que ha posibilitado que la sociedad, como conjunto, haya pasado a preocuparse y tener constancia de las realizaciones que se llevan a cabo en su entorno inmediato, también ha difundido, a su vez, una idea poco rigurosa de lo que la Arquitectura, en realidad, es o debería ser, para presentárnosla como algo más parecido al espectáculo y la moda que al Arte de construir y diseñar edificios.

El problema, además –o así lo creo yo, del mismo modo en que lo subraya Massad–, es que los propios arquitectos nos hemos visto contaminados por este tufillo más propio de programas de televisión de dudosa calidad que de una labor elevada y entregada. Las RRSS, armas de doble filo, han servido para generar, en el ámbito de la Arquitectura, una muy dudosa sensación de que más siempre es sinónimo de mejor.

Más seguidores, más difusión y más fama.

Y, en consecuencia, más contactos, más encargos y más retribuciones.

En principio, esto podría ser, incluso, un razonamiento lógico y aceptable, si no fuera porque, en ocasiones, algo así nos obligaría a comulgar con ruedas de molino. Nos llevaría, por ejemplo, a realizar intervenciones de muchos millones de euros en países en los que la mano de obra está infrarremunerada y casi llega a confundirse con la explotación; o utilizar un discurso ecologista en una determinada parte del planeta para, a su vez y a renglón seguido, proyectar resorts de vacaciones en entornos desérticos con temperaturas extremas sólo porque el dinero manda y así lo demanda.

No creo que sea necesario señalar ejemplos que ilustren estas contradicciones –tan habituales hoy día, por otro lado–, ya que, supongo, a cualquier lector que haya llegado hasta aquí, le rondarán por la cabeza, al menos, una decena de estudios que hoy día hayan caído en este pecado.

Por eso, precisamente, me gusta tanto fijar mi atención en la labor de los pequeños estudios. Pequeños estudios que, ojo, no quiere decir que hagan una Arquitectura menor. Ni mucho menos.

El de Ferrán, sin ir más lejos, es un claro ejemplo de este punto. Uno, además, de naturaleza polifacética, ya que se combina, en su labor, un triple campo de acción.

Por un lado, la investigación, pues la naturaleza de sus proyectos, en absoluto es tradicional, sino que parece estar inspirada por una constante ambición por explorar nuevas vías de desarrollo material y técnico. Así, surgen intervenciones que parecen salidas de la imaginación del más creativo autor de novelas de ciencia ficción. Construcciones, en principio, imposibles que se materializan como realidades palpables y factibles. Me estoy refiriendo, concretamente, a obras como el EspacioEducativo Exterior Eficiente [E4] o la Smart City Kids, en las que el diseño paramétrico es utilizado como herramienta de gestación de geometrías complejas en las que se incorporan mecanismos de autorregulación climática y de soleamiento, entre otros.

Infografía de Smart City Kids, obra de Ferrán Ventura Blanch.
 

Por otro lado, en elámbito docente. Como profesor de Universidad, contagiando a sus alumnos de las mismas inercias que lo mueven a él, pero ejecutando, también, proyectos de Arquitectura que cuestionan algunas de las convenciones que en el mundo de las escuelas damos por sentadas. La reforma de las plantas baja y sótano de la Escuela de Arquitectura de Málaga, seguramente, sea uno de los ejemplos más claros. Una intervención, a la postre, sencilla, pero que parte de la idea radical de, literalmente, unificar la plaza exterior pública con los espacios interiores del edificio, aunque eso implique que, inevitablemente, la Escuela deba permanecer abierta todos y cada uno de los días del año. O el desarrollo del Edificio de Investigación Láser T4, un proyecto que sabe compaginar, de manera delicada y atenta, la tecnología más avanzada con un cuidado tratamiento de las zonas verdes en que se inserta.

Y, por último, como divulgador y, sobre todo, como facilitador de la labor divulgativa de otros. Desde sus editoriales –RU Books y RU Kids–, la revista eDap y la propia librería sita en Málaga, Recolectores Urbanos, tanto él como Nerea, su pareja, promueven una labor de difusión teórica y práctica de la Arquitectura que no se ciñe exclusivamente a los volúmenes desarrollados por ellos en su labor como editores, sino que acepta publicaciones de entidades amigas. 

Librería Recolectores Urbanos.

Esta desbordante actividad investigadora y propositiva que, en ocasiones, solamente alcanza a sostenerse sin llegar, siquiera, a dejar rédito económico posible, dibuja, en Ferrán, la personalidad del que se encuentra a medio camino entre el empresario y el filántropo y mecenas.

La ponencia termina con una conversación distendida entre alumnos y profesores en que se loa y felicita la innegable ola de éxito y crecimiento en que se encuentra inmersa la Escuela malagueña. Se trata de una facultad joven que, sin embargo, parece vivir una efervescencia imparable, que, de hecho, y esto es una percepción muy subjetiva, posiblemente esté ya generando un estilo, una impronta entre su alumnado.

Conforme la breve charla avanza, pues el tiempo es escaso, en mi cabeza resuenan, en un juego de serendipias felices, las palabras de, precisamente y como no podía ser de otro modo, Antonio Jiménez Torrecillas:

Herencia, evolución…: transmisión. El verdadero valor no está tanto en lo que generosamente hemos heredado, como en aquello que generosamente debemos aportar.’

Ojalá llegue el día en que este aforismo se convierta, dentro de la profesión, en moneda común y deje de ser, al igual que la infatigable labor de Ferrán, una excepción.

Fantástica y maravillosa, pero excepción, a fin de cuentas.

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