LA ARQUITECTURA DE UNA TAZA DE CAFÉ

 

Imagen de Eva Ruiz Morillas
Imagen de Eva Ruiz Morillas

Pese a que los establecimientos tipo ‘Take Away’ llevan años instalados en nuestro país, se han limitado, hasta tiempos muy recientes, a ubicarse en las grandes ciudades. Aglomeraciones medianas o pequeñas como Granada han recibido este tipo de negocios en fechas muy recientes y, por tanto, suponen para los usuarios toda una novedad que no se limita sólo a la venta de sus productos en sí, sino, también, a la manera en que estos locales se insertan tanto en la trama urbana como en el día a día de la ciudad; entendida ésta, no sólo como entidad construida, sino como concepto social y arquitectónico.

Y, por supuesto, suponen un reto creativo para aquéllos encargados de re-imaginar cómo ha de ser la relación que se establece entre vendedor y consumidor en este tipo de servicios que, en definitiva, proponen alterar y transgredir las convenciones de una cafetería al uso.

Aunque en Granada ya existían algunos ejemplos de notable nivel en lo referente a la Arquitectura y el diseño de los establecimientos de Café de Especialidad, lo habitual era que estos espacios hubiesen sido concebidos por los propios regentes, de manera que, si bien suelen ser solventes en su funcionamiento, rara vez proponen cambios radicales con respecto a los planteamientos tradicionales de la hostelería.

En La Finca Coffee, sin embargo, ‘Architectural Matter’ [Gustavo Rojas + Esperanza Campaña], sí parecen haber sometido a reflexión el arquetipo de cafetería estándar y haber cuestionado todas y cada una de las normas que, en principio, se dan por sentado en estos locales.

El principal inconveniente de partida de la La Finca Coffee es, a la vez, su máximo atractivo. Su ubicación, en un angosto callejón entre dos de las plazas más concurridas del centro granadino –Plaza de las Pasiegas y Plaza de la Romanilla– es, evidentemente, un inevitable reclamo; una potencialidad que garantiza tránsito de futuros y habituales clientes. Sin embargo, la calle Colegio Catalino es excesivamente estrecha –apenas dos metros– y se encuentra flanqueada por edificaciones de relativa envergadura –hasta cuatro plantas– lo que dificulta muy seriamente las posibilidades de soleamiento natural a cota de calle.

Así pues, cuando ‘Architectural Matter’ reciben el encargo de reformar el antiguo local al que, ahora, se le añadirá otro anexo, la primera decisión que toman es la de intentar, por todos los medios, hacer que la fachada sea tan transparente como sea posible; máxime cuando, tras unir la superficie de ambos locales, el espacio interior resulta considerablemente alargado y la única forma de iluminarlo de manera natural será a través del acceso.

Imagen de Eva Ruiz Morillas
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De esta manera, se elimina cualquier tipo de elemento tradicional de entrada. No existe una puerta como tal sino que, una vez subida la persiana, el negocio se vuelca a la calle y, por contagio, la vida de la ciudad se introduce en el interior del local. Esto, que puede, a priori, parecer una decisión intrascendente o menor, trae consigo una serie de consecuencias que, en el plano de lo puramente arquitectónico, son determinantes.

Por un lado, el exterior, la calle, se interioriza y se dota de rasgos propios de los ámbitos domésticos –guirnaldas de luces que atraviesan el ámbito del callejón, vegetación y asientos en la acera…–; al mismo tiempo, el espacio privado y protegido se convierte en una suerte de lugar de público y de libre acceso, al que se puede ingresar de forma natural se pretenda o no consumir alguno de los productos en venta. En suma, se crea un Espacio IntermedioThe Space Between–, concepto al que, con frecuencia, hacían alusión, en sus textos y reflexiones, Peter y Allison Smithson.

Imagen de Eva Ruiz Morillas

La siguiente determinación de diseño, de nuevo, supone un revés a todas las normas y costumbres que, se asume, han de cumplirse en la distribución de los ámbitos de una cafetería. En éstas, normalmente, la barra se relega al interior, a la parte más alejada de la entrada ya que, normalmente, está asociada a una cocina y/o almacén que, sí o sí, se ubica en el lugar más escondido posible. En La Finca, sin embargo, ésta se convierte en escaparate –en fachada, de hecho– al emplazarse justo en el acceso. Así, por un lado, dota al espacio de trabajo del barista de iluminación natural –siempre deseable no sólo por motivos de imagen sino, también, de confort y salud–; por otro lado, simplifica las gestiones de compraventa para el cliente de paso, aquél que no permanece, sino que tan sólo adquiere un desayuno en el trasiego diario; por último, el trabajo propio de los empleados se convierte en publicidad y reclamo para el viandante.

No es necesaria, pues, propaganda alguna, ya que la propia vida de la cafetería se convierte en su esencial enseña.

Interiormente, pese a que La Finca ha crecido en superficie disponible con respecto a su versión anterior, sigue siendo un local menudo y, por ello, no es posible generar indefinición de espacios. Así pues, se separan, muy claramente, las zonas destinadas al trabajo de aquéllas otras reservadas a los clientes. Es el mobiliario, convertido en elemento arquitectónico de diseño con entidad propia, el encargado de llevar a cabo esta diferenciación: un tabique-estantería de importante entidad fracciona en dos mitades el local y, además, sirve de muestrario de los productos en venta.

Los materiales empleados recuerdan, en todo momento, a lo artesano; posiblemente en referencia y alusión a los procesos manuales, reposados y tranquilos, siempre asociados, también, al cultivo de fruto del cafeto y su posterior conversión en granos de café. Abundan, pues, los paramentos revestidos de cerámicas azules y ocres, las superficies envueltas en láminas de madera –como en el tabique curvo–, y las chapas de acero plegado que se convierten en barras lineales para los clientes. 

Imagen de Eva Ruiz Morillas

Del mismo modo, a la vez se han rescatado elementos estructurales de la obra original: fantásticas vigas de madera atraviesan el cielo raso de parte a parte dotando a la atmósfera interior del peso del paso del tiempo y generando una mixtura arquitectónica muy sugerente, en la que Modernidad y Tradición dialogan de forma reposada y síncrona.

Por último, la iluminación artificial es muy contenida. Muy discreta, de hecho. Apenas unas luminarias puntuales que se adosan a las paredes y alguna lineal que se descuelga del techo y que se ve asistida por otra, también lineal, oculta en las inflexiones del mobiliario. 

Imagen de Eva Ruiz Morillas

En definitiva, la nueva Finca Coffee es, en conclusión, un proyecto diferente. Una rara excepción en la norma que surge del convencimiento de que los proyectos de Arquitectura han de responder de manera firme a las necesidades de los usuarios –baristas y clientes, en este caso– y que no tiene reparo alguno en replantearse la idoneidad de algunas de las tradiciones y convenciones que históricamente se han aplicado a estos negocios pero que, hoy día, parece necesario poner en seria cuestión.

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