MÁS QUE DISTINTA, INUSUAL
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Imagen de Eva Ruiz Morillas |
Parece poco aconsejable o, al menos, peligroso, construir una realidad, sea ésta tangible o inmaterial, sólo desde la nostalgia o la melancolía.
Ambas, aunque agridulcemente
placenteras, son sensaciones que nos atan al pasado, a lo que ya ha sido y, seguramente,
nunca más volverá a ser –o no del mismo modo–, impidiéndonos disfrutar del
presente o, más aún, proyectar un futuro aún por llegar.
“Ayer
te besé en los labios […]”
Se lamenta Pedro Salinas.
“[…]
Te besé en los labios. Densos,
rojos.
Fue un beso tan corto
que
duró más que un relámpago,
que
un milagro, más.”
Y concluye:
“[…]
Hoy estoy besando un beso;
estoy
solo con mis labios.
Los
pongo
no
en tu boca, no, ya no
-¿adónde
se me ha escapado?-.”
De manera amargamente dulce el
poeta hace referencia a una situación por todos vivida, ésa que nos hace
procesar un momento a modo de shock, casi de experiencia propia de Síndrome de Stendhal,
que podemos sufrir o disfrutar ante determinados hechos, gestos o visiones que,
por habernos emocionado especialmente, nos llegan a paralizar.
Idealizar un instante en el
tiempo o un lugar, eliminar todo rastro de impureza o imperfección, son
impulsos incontrolables propios de la condición humana que pueden llevarnos a
construir realidades ficticias y, por lo tanto, poco honestas con la verdad.
Por eso precisamente, creo, es
tan complejo intervenir sobre lo existente. Sobre lo que tiene en su interior
el peso y el paso del tiempo. La carga emocional y sensorial de los años; años
que dotan a estos lugares de personalidad propia.
De impronta.
Al actuar sobre tales espacios,
lo prudente, a priori, parece la acción mínima. La actuación contenida que
consagre lo encontrado, lo que ya es, al devenir de los tiempos.
Sin embargo, rara vez lo
prudente es trascendente y, mucho menos, termina siendo memorable.
La Arquitectura, casi por
definición, es un Arte propositivo, que huye de inmovilismos y parálisis
catárticas consecuencia de épocas pasadas. Si una virtud, de hecho, debe tener
el que se dedica al oficio constructivo es precisamente ésa, la inquietud
creativa que, en todo momento, se vive como una necesidad casi líquida que
brota, de forma incontrolada, por los mismos poros de nuestra piel.
Y tal fue la actitud con la que,
sin duda, los arquitectos José Miguel Gómez-Acosta y Luis O’Valle Acosta [Márgenes Arquitectura], en
colaboración con Paula Puigmartí y Guillem Galbany, dueños y habitantes del
sueño materializado que es la librería INUSUAL, esbozaron su proyecto.
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Imagen de Eva Ruiz Morillas |
Durante su proceso constructivo,
por avatares del destino, tuve la fortuna de pasar, con relativa frecuencia,
por delante del pequeño local que, por entonces en obras, me resultaba ajeno y,
a un tiempo, extrañamente atractivo.
Yacían en sus suelos restos
descascarillados de fragmentos murarios, mientras que en las esquinas ya se
comenzaban a acumular los maderos que, semanas después, habrían de conformar
las estanterías sobre la que hoy descansan las cuidadas ediciones en venta. El
polvo, como una fina película invisible que logra tornar cualquier superficie
en una versión más ocre y ajada de sí misma, dotaba al interior de una esencia
casi mística, de marcado carácter espiritual, convirtiendo el discreto bajo
comercial en inevitable foco de atracción de miradas.
O, al menos, de la mía.
Ya en un estadío tan primitivo,
tan “en proceso” y, por ello, tan circunstancial, manaba tras las cristaleras
una sensación diferente, especial o, mejor dicho, INUSUAL. Se percibía un
entorno con carácter, con personalidad propia y anhelo de vida.
Se respiraba, en suma, el beso
besado de Salinas.
Y es precisamente ante lugares
tan sugerentes, que captan la atención del viandante común y no especializado,
donde la mano interviniente ha de moverse con cuidado tacto.
El pulso entre lo que se
conserva y aquello que se incorpora ha de jugarse como un tango seductor, en el
que los quiebros, giros y golpes de caderas que marcan las inflexiones de un violín, generan un todo nada confuso sino del todo elegante,
sensual y bello.
Mesura y ambición propositiva.
Respeto por lo heredado y
necesidad de adaptación y cambio a los nuevos tiempos y usos.
En suma, herencia e innovación.
Hoy día, entrar en INUSUAL es
acceder a un entorno parado en el tiempo. Acompañados y guiados por la melodía
de un piano que emana continuamente del hilo musical, ingresamos, como hecho
iniciático y ceremonial, a un espacio apartado de lo urbano, ajeno al ajetreo y
las prisas incesantes de la ciudad que dejamos atrás. A un local, mística
herencia de libros y cultura, donde la vida se desarrolla de otra manera;
seguramente, mejor.
Por esta misma razón, intentar
definir no sólo el espacio, sino la propia atmósfera que allí se respira, si no es
desde la experiencia del cliente que lo recorre sería, probablemente, un torpe
error. Y lo sería porque INUSUAL no es, como su propio nombre indica, una
librería convencional, al uso. Se trata, por el contrario, de un espacio de
ambición doméstica, con todos los matices afectivos, tiernos y emotivos que
esto implica, en el que, por azares del destino, la providencia y la propia
voluntad de Paula y Guillem se exhiben y venden libros.
Un enclave de agitación cultural.
Una Casa de la Literatura.
Y, como buena vivienda, sobre
todo si ésta se erige en el sur, en Andalucía, tiene su imprescindible zaguán
de acceso. Un modesto retranqueo con respecto al exterior público que, si bien
puede servir a fines tan prosaicos como plegar un paraguas, calarse una boina
o, simplemente, no saturar de concurrencia un tramo de acera demasiado próximo
a la mínima expresión, al mismo tiempo revela, también, el alto en el camino
que ha de hacerse justo en el momento en que se va a dejar atrás la urbe, con
sus ruidos, su caos y sus urgencias, para adentrarse en el mundo de lo posible
y lo deseable.
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Si uno espera encontrarse, nada
más atravesar el efímero acceso, con una marabunta infinita de libros que
saturan, opacan y casi abruman al visitante, no puede más que alegrarse y
sonreír al comprobar el sano equilibrio que en paredes hay en cuanto a la
proporción de superficie libre y ocupada.
Y es que es esencial entender
que no cualquier publicación tiene cabida en este templo de la lectura.
Sus propietarios, fieles y
exquisitos curadores de los volúmenes ofrecidos al público, nos reciben, a la
entrada, tras un sencillo mostrador-librería a cuya espalda luce un lienzo
murario desnudo en el que la pátina, la arruga del tiempo y la imperfección de
lo artesano se exhibe con humildad, sí, pero, también, con algo de descaro y entusiasmo.
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Imagen de Eva Ruiz Morillas |
Las estanterías que recorren,
adosadas, las paredes de ladrillo existentes, están concebidas y diseñadas para
que todo ejemplar pueda ser alcanzado por un cliente de estatura media. Y es
que, si ésta es la Casa de la Literatura, ¿qué sentido tendría que su materialización
física, el libro, fuera, de tan alto colocado, inaccesible?
Tal es esta vocación de
convertir en cercano y familiar lo literario que, incluso, varias mesas, a modo
de mostrador que más recuerdan al escritorio de un estudiante ordenado y
cuidadoso que a un elemento mobiliario con ánimo de reclamo de ventas, acogen y
ponen en valor algunos de los ejemplares más singulares.
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Imagen de Eva Ruiz Morillas |
Y es que, en este hogar, sus
habitantes, los libros, no se almacenan ni se apilan, no se acumulan como entes
sin valor, vacíos de peso y significado propios, sino que se exhiben con suma
empatía y delicada elección de aposentos.
Pero, si algo ha de cuidarse en
el diseño de un espacio doméstico, si hay un aspecto del que adolecen, con
frecuencia, las atmósferas comerciales por las que deambulamos en nuestras rutinas,
es de una excesiva o saturada, invasiva incluso, iluminación. En este caso, en
concreto, se aprovecha la geometría curvada original para, mediante estrechas
luminarias longitudinales de orientación invertida, generar un efecto luminoso
difuso, indirecto, tranquilo y calmado.
Acogedor.
Uno que trae a la memoria tardes
de lluvia en hogares familiares. En casas de abuelos, de tíos y de vecinos en
las que, por la curiosidad propia de la infancia, nos adentrábamos en primerizas
lecturas que nos trasladaban a mundos de fantasía.
Atravesando el cuerpo central
del local, un ámbito sensiblemente alargado en el que, aquí y allá, nos
detendremos ante un estante o un escritorio-mostrador, dejándonos seducir por
la textura de un paño de muro, con su dintel de madera desgastada por los años,
y quedándonos fascinados por los múltiples ladrillos, perfectos en su
indiscutible imperfección, llegaremos a la Sala de Estar de esta peculiar casa.
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En la sección dedicada a la
Literatura de los más jóvenes, un sofá y dos butacones nos esperan. O, si nos
arrebata un impulso atrevido y transgresor, varias esteras de esparto y una
alfombra nos invitan a quebrantar toda convención para dejarnos caer sobre su
superficie y, sin preocupación o urgencia alguna, simplemente relajarnos.
Las guirnaldas de luces siempre
encendidas, la amable visión del menudo pero fantástico patio interior, oculto
secreto en el corazón del hogar, junto con ese piano que no ha dejado de sonar
en el hilo musical ni un solo momento desde que accedimos a INUSUAL, conforman
un clímax arquitectónico, sensorial y perceptivo que traduce en experiencia
real y vivible las mil y una sensaciones que el amante de los libros profesa
hacia el hecho lector, en particular, y la Literatura, en general.
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Aquí, sentado o, mejor aún,
tumbado en el suelo, meciendo la cabeza al son de la melodía ambiental,
mientras se ojea, distraídamente, un tomo recién abierto, imbuidos en plena
experiencia sinestética, se comprende algo tan sencillo como evidente, esencial
y, en último término, necesario: importa, y mucho, el qué, pero nunca, jamás,
hemos de olvidar el dónde.
Y ese dónde, con frecuencia, se
esconde en lo más profundo de las páginas de un libro por descubrir.
Y, así, habrán pasado los segundos
o los minutos o, muy posiblemente, las horas, y habremos de volver a la
realidad ineludible. A esa que se manifiesta en las prisas y ruidos de una
ciudad que, poco a poco y por desgracia, se consume a sí misma.
Al salir, volveremos la mirada,
ya de noche, hacia INUSUAL. Y ahora, convertido el local en linterna cultural
del centro de Granada, evocaremos a Salinas y, casi en un susurro que se nos
escapará sin poder evitarlo, con nostalgia placentera, recordaremos:
“Ayer
te besé en los labios.
Te
besé en los labios. Densos, rojos.
[…]
Hoy estoy besando un beso.”
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